viernes, 19 de octubre de 2012

TIEMPOS MODERNOS

Hoy, como todos lo primeros lunes de cada mes, visita el centro escolar el representante provincial del subdelegado del Gobierno para Asuntos Emocionales. En el pasillo, antes de entrar en el aula, departe con el profesor para aclarar algunas observaciones que apuntó el mes pasado.
- Este niño: Manuel Castelao Boronat, es el chico del que trabaja en Hacienda, ¿verdad? -le pregunta el funcionario a don Honorio al tiempo que relee la lista en su cuadernillo de tapas negras.
Don Honorio mira de reojo la lista y contesta con un toque de recelo en sus palabras.
- Sí…, creo que sí.
- ¿Ha tenido alguna mejoría durante este mes?
- Yo…, yo creo que sí.
El funcionario capta una leve señal de inseguridad en la respuesta de don Honorio y, retirando con energía su libreta negra, clava sus ojos emergentes del profundo bosque de sus cejas en los titilantes ojillos del profesor.
- ¡¡Creo!! -ruje el funcionario- ¿Es esa la respuesta de un profesor nacional? Por favor, don Honorio. Hace muchos años que le conozco y no me gustaría verle caer en una jubilación prematura y expedientada. Pasemos al aula.
En cuanto la puerta comienza a abrirse, el murmullo de voces infantiles que inundaba el pasillo muda a un chirriar de patas de sillas, todos los chicos terminan de colocarse firmes tras su pupitre.
- ¡¡Buenos días don Honorio!! -gritan al unísono.
El profesor les hace un gesto con su mano para que tomen asiento al tiempo que, cabizbajo, se dirige a su tarima acompañado del funcionario. La cara de don Honorio irradia preocupación, su habitual gesto bonachón ahora es adusto, casi hostil. Conoce las consecuencias que tendría para el pobre Manuel que aquel funcionario le hiciera cumplir un curso de reeducación, pero no está en su mano poder ayudarle.
El funcionario se coloca delante de don Honorio, cruza sus manos en su espalda y mira con pose desafiante a cada uno de los chicos; estos, a medida que les va tocando el turno de mirada, lanzan sus ojos al suelo aterrados, incapaces de aguantar aquella ojeada animal que parece salir del mismísimo averno.
- Señores -dice finalmente con aire de disciplina castrense-, procedamos con el primer ejercicio de hoy: pensemos en español lo que cada uno de nosotros podemos hacer para que nuestro adamantino país sea cada día más grande y poderoso. Vamos chicos, demos una lección de amor a la Patria a aquellos huérfanos de sangre española. ¡Recuerden, piensen en español!
El funcionario sabe que le harán caso, su táctica no falla. Cada mes denuncia a alguno de los alumnos, en ocasiones de manera aleatoria y otras veces por algún interés personal; de ese modo, sabe que todos pensaran en español. Los chicos no saben cómo lo averigua, pero sí conocen las consecuencias que mes tras mes sufren los que él asegura pillar pensando en otra lengua.
- ¡¡Manel!! -grita desde la tarima apuntando con su dedo índice a la cabeza del chico.
Manuel da un respingo e instintivamente se levanta y se coloca en posición de firme tras el pupitre.
- ¡Vaya! Este joven -dice el funcionario dirigiendo su discurso al resto de la clase-, no sólo pensaba en catalán, sino que, además, contesta a los estímulos que en tal lengua se le aplican.
Don Honorio cierra sus ojos con tristeza mientras hace leves movimientos de negación con su cabeza; Manuel no merece esto, es un crío respetuoso y buen estudiante. Quizá sea verdad que su madre, catalana de nacimiento, le llame Manel en la intimidad, pero eso no justifica su internamiento en el curso de reeducación emocional. Don Honorio no puede hacer más que intentar convencer por las buenas al funcionario. Se aproxima a él y le posa su mano en el hombro para llamar su atención del modo más discreto posible; el funcionario se vuelve y pregunta con su siniestra mirada a don Honorio el porqué de su llamada de atención.
- Verá -le dice casi susurrando en su oído-, este crío no es mal español. Es verdad que quizá su madre no tenga el cuidado necesario a la hora de orientar su amor por España, pero…
- No, don Honorio, usted no me convencerá con sus buenas palabras; el buen español siempre ha de pensar en la lengua de su Madre Patria. Quiero una cita con los padres de este chico; después, veremos qué hacer con él.
Cuando el funcionario de Asuntos Emocionales sale del aula con don Honorio camino de la secretaría, Manuel se derrumba y cae en un llanto sordo que el resto de sus compañeros respetan con un absoluto silencio. El resto del día es angustioso para todos. A duras penas terminan la jornada con el temor de la entrevista que aquella misma tarde tendrá el funcionario en casa de Manuel.
Las horas de espera son pura tortura. El funcionario dijo que se presentaría en casa de los Castelao a las ocho en punto de la tarde, son las ocho y dos minutos cuando suena el timbre de su casa y Manuel intercambia una mirada de terror con sus padres.
- Será él -dice Gloria, la madre de Manuel, mientras se levanta para abrir la puerta.
- Buenas tardes ¿Es usted la madre de Manuel Castelao Boronat? -pregunta el funcionario mientras lee en su libreta de tapas negras.
- Sí pase, pase ¿Quiere un café? -le pregunta con sumisión.
- No, gracias señora, no estamos para cafés -contesta con sus ojos aún más hundidos entre la maleza de sus cejas y sin hacer intención de entrar- Si está su marido en casa, hágale salir.
- Sí, claro. Manel… -de inmediato Gloria se da cuenta de su error e intenta remediarlo torpemente- Huy… disculpe, son los nervios. Manuel, el señor funcionario quiere verte.
Manuel se levanta del sillón y, antes de adentrarse en el pasillo, le hace una carantoña en la cabeza a su hijo queriendo tranquilizarle.
- ¿Es usted Manuel Castelao? -le pregunta aún desde el rellano del portal.
- Sí, pero… pase, pase, estaremos más cómodos en el salón.
El funcionario ahora sí entra en la casa observando cada detalle de sus paredes, se diría que buscando algún indicio de poca españolidad. Cuando llegan al salón, el niño Manuel se levanta de inmediato colocándose firme y con la mirada fija en el suelo.
- ¿Pueden dejarme a solas con su marido? -pregunta el funcionario a una Gloria que tirita de miedo.
El funcionario ya parece estar más cómodo, separa una silla de la mesa cuadrada que regenta el salón y se sienta esperando que le acompañe Manuel.
- Bien -dice mientras ojea de nuevo su libreta de tapas negras- Ya estará al corriente de las alteraciones emocionales que padece su hijo -le mira a los ojos sin levantar su cabeza de la libreta; esperando la respuesta transcurren cinco eternos segundos.
- Sí, algo me ha comentado, pero…
- No, no, no. No empecemos con peros ni con excusas absurdas. Su hijo actuó con deslealtad a la Patria y usted sabe que esa actitud alevosa merece un castigo.
Manuel calla mordiéndose el orgullo e intentando que el enojo del funcionario no aumente. Él también trabaja en la función pública y sabe que ante un Tribunal de Estado no tendría ninguna posibilidad. Pero, de un modo inadvertido, aquellas amenazas del funcionario comienzan a tomar otro rumbo.
- Manuel…, veamos como podemos solucionar este agravio que España no merece. Usted también cede sus desvelos por mejorar nuestra Patria desde su trabajo, ¿verdad?
- Así es, desde el Ministerio de Hacienda, en el área de subinspección de Patrimonios Indeclarables y Grandes Fortunas, para servirle en lo que España necesite.
- Bien, bien, bien… -dice el funcionario mientras se remueve en la silla aparentando no encontrar postura cómoda- Usted sabe que en Asuntos Emocionales somos intransigentes con las cuestiones identitarias, no obstante, hay muchas formas de demostrar el amor a la Patria. Las obvias las soslayaremos, centrémonos en aquellas que, de un modo u otro, no merecen tanto celo por el personal que, como usted o como yo mismo, no cejamos en nuestra obligación de ahondar en el amor patrio y siemp…
Tanto circunloquio empieza a tranquilizar a Manuel. Mientras oye sin escuchar lo que continúa charloteando el funcionario, él comienza a reflexionar sobre las causas de tal ambigüedad en su discurso. Su experiencia le dice que cuando alguien que tiene potestad, derecho y obligación de castigar, no lo hace de modo inmediato, es que esta buscando congraciarse con el castigable. Es sólo cuestión de tiempo que el funcionario, otrora feroz cancerbero del orgullo patrio, comience a soltar presión. Entre estas meditaciones recae de nuevo en la charla del funcionario.
- … y aunque parezca contradictorio, siempre, se lo digo de corazón, siempre, lo haré por amor a España.
- ¿Qué? -pregunta Manuel ocasionando un tremendo desconcierto en su interlocutor.
- ¿Cómo? -contesta el funcionario a punto de naufragar en la confusión.
- Disculpe, es que estaba pensando en otras cosas y no me he concentrado en su discurso. ¿Podría repetirme las últimas frases?
El funcionario no sabe hasta que punto puede ser cierto que Manuel no estaba atento a su discurso o finge no haberse enterado de su sugerencia para no caer en la prevaricación. En adelante ha de ir con pies de plomo: sabe que trabaja en Hacienda, pero no tiene ni idea del cargo que ostenta.
- Veamos, Manuel. Lo que he venido a decir es que, entre compañeros, debemos mostrar toda la ayuda posible para luchar contra lo antiespañol. Por otro lado, ni yo ni mi familia, españoles de bien y sensatos ciudadanos, creemos ser merecedores de las molestias de su departamento, pues, aunque poseemos un patrimonio nada despreciable, este no hace sino acrecentar el valor intrínseco de nuestra España; por tanto, vengo a solicitarle que centre sus oficios en los antipatriotas que menguan con sus ardides antiespañolistas las arcas de nuestra Madre Patria y sea laxo con los que, como yo mismo, izamos nuestro corazón para aventarlo junto a la enseña nacional. En cuanto a lo de su chico..., a fin de cuentas, ¿quien no comete algún pecado en la intimidad del hogar? Yo mismo me descubrí el otro día diciendo a mi esposa: “a más, a más”; fíjese, que antiespañolada.
Manuel se le queda mirando muy fijamente. Su cara es seria y serena, quiere reflejar paciente odio. El funcionario está acostumbrado a mantener discusiones violentas y arengados discursos, pero esa mirada de Manuel le inquieta hasta el punto de tener que esquivarla lanzando la suya al suelo. Manuel se aproxima a la silla que le enfrenta al funcionario y con una parsimonia sádica se acomoda en ella, cruza sus manos posándolas sobre la mesa al tiempo que un suspiro suyo atruena en el salón.
- Molt bé, molt bé, molt bé. Què fem ara? -dice Manuel finalmente causando desasosiego en el funcionario que tensa sus mandíbulas para morder su rabia.
El representante provincial del subdelegado del Gobierno para Asuntos Emocionales cruza ahora su mirada con Manuel y, masticando las palabras, contesta.
- Oblidem tot?



Colaborador de Liebanízate

CAMPAÑAS CIUDADANAS Y RECOGIDA DE FIRMAS
CAMPAÑA ANTIDROGAS DE LIEBANÍZATE Necesitamos de tus ideas y propuestas
 
No lo dudes y utiliza nuestro correo (liebanizate@hotmail.com)
Comenta y síguenos en “Facebook “ “Tuenti” y “Twitter”





 

No hay comentarios:

Publicar un comentario